Vosotros también estad preparados, pues cuando menos lo penséis, llegará el Hijo del Hombre.
Estad preparados. Aunque Jesús está rodeado de una multitud (Lc 12, 1), Jesús dirige estas palabras a los discípulos. Es decir, a nosotros, los creyentes. La oración de la misa después del Padrenuestro dice bien en qué consiste el estar preparados: Vivir libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
Estad preparados. No es posible una vida cristiana sin vigilancia. Por eso la vida cristiana puede considerarse una milicia. Pero es una lucha bellísima, porque nos da esa alegría de que el Señor ha vencido en nosotros, con su gratuidad de salvación (Papa Francisco). De esto sabía mucho san Pablo. Enumera una larga lista de duros adversarios, y dice: Pero en todo esto vencemos de sobra gracias al que nos amó (Rm 8, 37).
Estad preparados. Con ojos bien abiertos. Ojos ascéticos en las primeras etapas de la vida, mirándonos más a nosotros mismos. Ojos místicos en las etapas finales de la vida, olvidando lo nuestro y poniendo los ojos solamente en el Señor de nuestras vidas.
Estad preparados. Para dar mayor dramatismo a su advertencia, Jesús se compara a sí mismo con el ladrón que nadie sabe cuándo llega. Una presentación más amable de lo imprevisto de su llegada es la de Juan: Cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré para llevaros conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros (Jn 14, 3).
Estad preparados. En el Evangelio de hoy, además de vigilancia, Jesús nos pide servicio. Los años de nuestra vida, los que sean, no podemos vivirlos para nosotros mismos. El secreto de una vida de plenitud radica en vivir para los demás.
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