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19/11/2021 Viernes 33 (Lc 19, 45-48)

Entró en el Templo y se puso a echar a los mercaderes, diciéndoles: Está escrito que mi casa es casa de oración y vosotros la habéis convertido en cueva de asaltantes.

Jesús se une a tantos profetas que denuncian a quienes se creen en paz con Dios porque acuden con asiduidad al culto del Templo, despreocupándose de la justicia y de los prójimos. Un ejemplo: No me aplacan vuestras reuniones litúrgicas... Que fluya como el agua el derecho y la justicia como arroyo perenne (Am 5, 21-24). Es bueno, sabio y saludable que nosotros, los piadosos, tengamos presente que también hoy nos acecha la tentación de regresar al ritualismo del Antiguo Testamento.

La religión judía había entrado en un proceso de degradación y había convertido en impuro el Templo. También nuestra Iglesia experimenta la tentación de la mundanidad y de un poder que no es el poder de Jesucristo (Papa Francisco).

Jesús dirá a la Samaritana: Ha llegado la hora en que los que dan culto auténtico darán culto al Padre en espíritu y verdad (Jn 4, 23). El culto auténtico, para Jesús, consiste en el cumplimiento de su mandamiento: Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado (Jn 15, 12). Al final seremos juzgados de esto; solamente de esto.

El pueblo en masa estaba pendiente de sus palabras.

También nosotros estamos supuestos a estar pendientes de sus palabras; como el centurión romano: Basta que lo digas de palabra… (Mt 8, 8). Su Palabra otorga luz y fuerza para cumplir con su mandamiento y con el auténtico culto. Su Palabra convierte nuestra casa en casa de oración, de acogida, de servicio al Señor y a los hermanos.

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