No es Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven.
A la religión judía le costó siglos aceptar que la resurrección de los muertos fuera parte inseparable de la fe en Dios y en su justicia. Esta creencia se universalizó en el siglo II antes de Cristo. Pero todavía quedaban quienes, como los saduceos, la rechazaban.
Siendo la Resurrección de Jesús el núcleo de la fe cristiana, la resurrección de los muertos es parte esencial de nuestra fe: Si los muertos no resucitan, tampoco el Mesías ha resucitado. Y si el Mesías no ha resucitado, vuestra fe es ilusoria… Cuando lo corruptible se vista de incorruptibilidad, y lo mortal de inmortalidad, se cumplirá lo escrito: La muerte ha sido aniquilada definitivamente (1 Cor 15, 16-54).
El Papa Francisco dice que la vida que Dios nos prepara no es un sencillo embellecimiento de nuestra vida actual: ella supera nuestra imaginación, porque Dios nos sorprende continuamente con su amor y con su misericordia.
Cuando el tiempo se acaba, comienza todo. Cuando dejamos esta vida, alcanzamos la vida en plenitud. El Resucitado nos va preparando para esa vida de plenitud. Él nos prepara como el fuego prepara un tronco verde hasta transformarlo en fuego. El proceso de purificación es largo y penoso.
Pero vale la pena, porque como canta una poetisa: No sé lo que ocurrirá al otro lado, - cuando mi vida haya entrado en la eternidad. – Lo único de lo que estoy segura – es de que un amor me espera. - - No me habléis de las glorias – ni de las alabanzas de los bienaventurados, - y no me digáis nada tampoco de los ángeles. - Todo lo que yo puedo hacer es creer, - creer obstinadamente que un amor me espera.
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