En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías… No tenían hijos, porque Isabel era estéril y los dos de edad avanzada.
Nos vamos acercando a Belén. Las lecturas de hoy nos preparan para el nacimiento de un niño muy especial cuya madre es virgen. La primera lectura nos ofrece el nacimiento de Sansón; la segunda, el nacimiento del Bautista. Sus madres eran estériles y, en ambos casos, se da una intervención especial de Dios. El Evangelista Lucas establece un evidente contraste entre la concepción del Bautista y la de Jesús. Los padres del Bautista son ancianos y viven a la sombra del templo; los de Jesús son jóvenes y viven lejos del templo.
De todos modos no resulta sencillo creer que Dios puede hacer lo que para nosotros es imposible. ¿No habríamos reaccionado nosotros como reaccionó Zacarías?: ¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo y mi mujer es de edad avanzada.
El Papa Francisco comenta: No podemos salvarnos a nosotros mismos. Solo la intervención de Dios nos trae la salvación. Pero, ¿qué debemos hacer? Reconocer nuestra esterilidad, nuestra incapacidad de dar vida. Y pedir: Señor, soy estéril; yo no puedo, tú puedes.
Aunque sabemos muy bien todo esto, podría darse que, después de haber vivido tantas navidades, actuásemos como si todo fuese un bonito cuento. Quizá, siendo ya viejos, no vemos en nosotros sino esterilidad, hemos caído presa del desencanto, hemos dejado de entusiasmarnos ante la posibilidad de nacer de nuevo y, como Zacarías, nos hemos instalado en la piadosa rutina del templo. Quizá. Que esta próxima Navidad nos despierte de todo sopor; que la vivamos profundamente convencidos de que Jesús es el don supremo de Dios a la humanidad.
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