19/12/2024 Jueves 3º de Adviento (Lc 1, 5-25)
- Angel Santesteban
- 18 dic 2024
- 2 Min. de lectura
Hubo en los días de Herodes un sacerdote llamado Zacarías, casado con una mujer llamada Isabel. Los dos eran justos ante Dios. No tenían hijos porque Isabel era estéril y los dos de edad avanzada.
Zacarías e Isabel eran buena gente, muy buena gente. Bien avenidos, piadosos, solidarios. Pero su vida estaba tristemente marcada por la falta de hijos. Ya habían perdido toda esperanza porque ella era estéril y los dos de edad avanzada.
Pero Dios interviene cuando menos lo esperan y el enviado de Dios anuncia a Zacarías: Tu mujer te dará un hijo a quien pondrás por nombre Juan. Es el preanuncio del de Gabriel a María. En ambos casos Dios olvida leyes naturales y lógicas humanas. Para Él, nada es imposible. Curioso que la fe encuentre mayor resistencia en el templo de Jerusalén que en la aldea de Nazaret. ¿Cómo estaré seguro de eso?
A Zacarías se le pide fe. La fe es la mejor respuesta que el hombre puede dar a la oferta de un amor de Dios inmensamente grande y totalmente gratuito. Un verdadero creyente es un acérrimo optimista. Claro que Dios no suele tener prisa. Pero, antes o después, llama a la puerta de todos. Ahora ha llegado la hora de cumplir lo planificado y prometido desde la creación del mundo. Zacarías tiene miedo. ¡Vive tan encerrado en sí mismo y en sus obligaciones sagradas! No está seguro de tener la capacidad para emprender una etapa nueva en su vida; una vida de tantos interrogantes.
El Papa Francisco comenta: El milagro de la creación, tan maravilloso, deja lugar a un milagro aún más maravilloso: la re-creación. Así lo dice la oración de la misa: Tú, Señor, que maravillosamente creaste el mundo y más maravillosamente lo recreaste.
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