20/01/2022 Jueves segundo (Mc 3, 7-12)
- Angel Santesteban
- 19 ene 2022
- 2 Min. de lectura
Una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a Él.
Una muchedumbre que proviene de todas partes: del norte y del sur, de dentro y de fuera del país. Todas ellas, personas necesitadas, hambrientas de encontrar quien las acepte tal como son y no como deberían ser, ven en Jesús el mago que puede satisfacer su necesidad. Acuden a Él al oír lo que hacía. Lo que decía les importa menos. Jesús sabe que puede ser utilizado y malinterpretado, pero está dispuesto a pagar ese precio con tal de aliviar sufrimientos.
Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran.
Jesús tiene sentimientos encontrados ante la multitud. Por una parte, siente compasión, porque tantos y tantas van por la vida como ovejas sin pastor. Por otra parte, siente agobio y sofoco. Si se deja llevar por el entusiasmo de la multitud acabará perdiendo su camino, el camino de la cruz. Necesita marcar distancias. Necesita sus ratos de oración en lugares apartados para mantenerse en perfecta sintonía con Abbá. Al final resultará que esa misma multitud le llevará a la cruz.
Los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: Tú eres el Hijo de Dios.
Con la multitud, llegan los espíritus inmundos. Son hombres y mujeres de carne y hueso, víctimas de alguno de tantos espíritus inmundos que envilecen la vida humana. Se arrojan a los pies de Jesús y proclaman su identidad. Ven en Él a su peor enemigo; el que acabará eliminando todo espíritu inmundo, todas las fuerzas del mal. Jesús les manda callar porque la proclamación de su identidad solamente podrá hacerse con verdad después de su cruz y resurrección.
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