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20/02/2021 Sábado después de Ceniza (Lc 5, 27-32)

Al salir vio a un recaudador, llamado Leví, sentado junto a la mesa de recaudación de los impuestos. Le dijo: Sígueme. Dejándolo todo, se levantó y le siguió.

Los recaudadores de impuestos son los comúnmente llamados publicanos. Se han vendido por dinero al odiado poder colonial romano. Junto con las prostitutas, son lo más infame y despreciado de la sociedad judía. Pero no así para Jesús: Publicanos y prostitutas llegan antes que vosotros al Reino de Dios (Mt 21, 31).

Jesús echa por tierra toda barrera y todo prejuicio. No pone etiquetas a nadie. Tan queridos son por el Padre los llamados malos como los llamados buenos. Si acaso, prefiere la compañía de los que nosotros consideramos más indeseables. Hoy, ante la extrañeza de todos, llama a formar parte de su grupo al publicano Leví. Y Leví organiza un gran banquete al que asiste la flor y nata de lo que la buena gente considera la escoria de la sociedad.

Estamos ante la parábola del pródigo hecha realidad. El hermano mayor, el bueno, rechaza la fiesta organizada por el Padre ante el regreso del pródigo.

No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores.

Esta manera de actuar de Jesús, que tanto llama la atención de la gente honrada de su tiempo, no es un extravagante capricho de Jesús. Es la manera corriente de actuar del Padre. Es una gracia el no sentirme mejor que nadie y saberme profundamente pecador. Es una gozosa experiencia de gracia por saberme, a pesar de todo, acogido y querido; invitado de inmediato al espléndido banquete de la gratuidad y de la universalidad. Bien lo dice Pablo: Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rm 5, 20).

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