20/02/2022 Domingo séptimo (Lc 6, 27-38)
- Angel Santesteban
- 19 feb 2022
- 2 Min. de lectura
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.
Misericordia es la palabra clave para entender cómo se relaciona Dios con nosotros. Es una palabra compuesta: por una parte, miseria; por otra parte, corazón. Un corazón misericordioso es el corazón que se da a quien está lejos del amor.
Los cristianos estamos llamados a disfrutar la misericordia de Dios con nosotros. Porque nuestro Dios, el Dios de Jesús, el Dios que es Jesús, no tiene nada de severo. Le es imposible no amar. El Espíritu ya había revelado esto a los antiguos profetas. Isaías dice: Como aquel a quien su madre consuela, así os consolaré yo. Vivir esto es vivir en la alegría y en la paz. Nada, ni siquiera los pecados más terribles, debería privarnos del disfrute de la misericordia de Dios. El Papa Francisco dice que ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia será siempre más grande que cualquier pecado.
Imaginemos aquel abrazo tan gozoso y tan tierno del padre con el hijo pródigo. Sin reproches, sin preguntas, sin sermones, sin penitencias. Todo es alegría. Aprendamos a disfrutar del corazón misericordioso de nuestro Padre, sobre todo en el sacramente de la confesión.
Pero los cristianos estamos llamados también a practicar esa misma misericordia con los prójimos. También con nuestros enemigos. Esto es complicado ¿Cómo hacerlo? Trato de tratarles como el Señor me trata a mí. El perdón es la más profunda expresión de la misericordia y la mejor manera de alcanzar la serenidad del corazón. Nosotros pensamos que hay que tratar a los demás como se merecen. El Señor piensa que hemos de tratarlos mejor de lo que se merecen. Y si somos hijos de Dios tenemos que parecernos a Él.
El Papa Benedicto dice esto sobre el amor, también el amor a los enemigos: El amor no es solo un sentimiento. Los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad del amor. El amor es éxtasis, pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo.
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