20/04/2021 Martes 3º de Pascua (Jn 6, 30-35)
- Angel Santesteban
- 19 abr 2021
- 2 Min. de lectura
Señor, danos siempre de ese pan.
Comer y beber no es un lujo; es una necesidad. Si no comemos ni bebemos, nos morimos. Esto, tan evidente hablando del cuerpo, vale también para el espíritu. También el corazón humano necesita satisfacer sus necesidades. De lo contrario, se muere, se petrifica; la vida pierde sentido. La súplica de aquella gente nos recuerda la de la samaritana: Señor, dame de esa agua.
El pan más contundente del corazón es el amor. La pena es que, con frecuencia, usamos sucedáneos del amor. Lo que pensamos que es amor, no lo es. Caemos en la cuenta de esto cuando esos sucedáneos nos dejan huecos por dentro. Solamente la fe nos muestra el verdadero pan.
Yo soy el pan de vida.
Parece evidente la referencia a la Eucaristía. Pero el pan de vida que es Jesús, no puede ser reducido a la celebración litúrgica. El pan de vida que es Jesús está hecho de diversos elementos: la persona de Jesús en el Evangelio, el sacramento de altar, los prójimos… Si falla alguno de estos elementos, no hay pan de vida.
Yo soy el pan de vida. Jesús pide adhesión plena a su persona y a su mensaje. Nada ni nadie debería impedírnoslo. Las santas cosas del pasado, como el maná o Moisés, fueron el obstáculo para que aquellos judíos no dieran su adhesión a Jesús. ¿Quizá nos sucede algo parecido a nosotros, adhiriéndonos a cosas santas del pasado que deberíamos ir desechando? Porque nada ni nadie debería dejar a Jesús en un segundo plano de la oración o de la vida. Y entendamos bien: la adhesión a la persona de Jesús será auténtica cuando también nosotros nos convirtamos en pan de vida para otros.
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