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20/04/2023 Jueves 2º de Pascua (Jn 3, 31-36)

Quien viene de arriba está por encima de todos.

Poco más adelante Jesús ha pronunciado palabras parecidas: El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano. Más tarde, en uno de sus últimos días en Jerusalén, lo especificará mejor: Ahora comienza el juicio de este mundo y el príncipe de este mundo será expulsado. Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12, 32). Nos lo recordará al final del Evangelio de Mateo: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra (Mt 28, 18). ¿Por qué nos cuesta tanto vivir nuestra vida y verlo todo en esta tan fascinante perspectiva?

Quien cree en el Hijo tiene vida eterna.

Vida eterna. Quien cree tiene vida en abundancia, vida de plenitud. Desde ya. En el Evangelio de Juan no nos es fácil distinguir entre creer y amar. Lo mismo podemos decir de Pablo. Deberíamos ser cautos y no apresurarnos a clasificar a unos como creyentes y a otros como no creyentes. El Espíritu, como el viento, sopla donde quiere y como quiere.

Quien no cree al Hijo, no verá la vida, pues lleva encima la ira de Dios.

Es una frase que parece contradecir la imagen del Dios del Evangelio: el Padre de la misericordia. A Dios no le es posible condenar; sería actuar contra su propia esencia. La ira de Dios es su amor por la santidad, por la verdad, por la justicia. Evidentemente, quien no cree, mientras no reciba el regalo de la fe, no está capacitado para la Vida: Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar (Mt 11, 27).

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