Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.
Jesús no se cansa de repetirlo en su discurso de despedida. Y el discípulo amado seguirá el ejemplo del Señor en su primera carta: Si Dios nos ha amado de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros… Si uno dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, miente (1 Jn 4).
Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos.
Pablo escribe a la comunidad cristiana de Roma: La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros (Rm 5, 8). Y Juan: En esto hemos conocido lo que es amor: en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos (1 Jn 3, 16).
A vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
En aquel momento los discípulos no eran conscientes del gran privilegio de la amistad de Jesús. Como no lo fueron aquel día en que, a solas, les dijo: ¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron (Lc 10, 23-24).
El Señor nos llama a amarnos unos a otros, incluso si no siempre nos entendemos y no siempre estamos de acuerdo. Es precisamente ahí donde se ve el amor cristiano. Un amor que también se manifiesta si existen diferencias de opinión o carácter. ¡El amor es más grande que estas diferencias! (Papa Francisco).
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