Entonces algunos letrados y fariseos le dijeron: Maestro, queremos verte hacer alguna señal.
Lo sensacional nos atrae a todos. No digamos a nuestros medios de comunicación. Pero lo sensacional es ajeno a Jesús y a su Evangelio. Desde Belén hasta la cruz no hay espacio para el sensacionalismo. Todo es sencillo y humilde. Si acaso, percibimos algunos chispazos con algunos milagros que encandilan a la gente, pero que Jesús se encarga de apagar de inmediato.
Los milagros deslumbrantes no generan fe; al contrario, pueden convertirse en sus enemigos. El Papa Francisco dice que no son los signos la prueba de la fe sino que es la fe la que los descubre. Los letrados y fariseos han perdido la capacidad de asombro y la sensibilidad ante la vida y ante los hechos cotidianos donde acontece la liberación de Jesús.
Jesús no accede a lo que le piden. Reacciona como reaccionó en el desierto ante las tentaciones del diablo: A esta generación malvada y pervertida no se le concederá más señal que la del profeta Jonás.
A Jesús le brillan los ojos de gozo cuando encuentra hombres y mujeres de fe; cuando encuentra personas que confían plenamente en Él. Recordemos al centurión romano, a la mujer cananea, a la hemorroísa… La fe consiste básicamente en confiar, sin permitir que nada turbe esa confianza. Escribe santa Teresa de Lisieux: Alguien podría creer que si tengo una confianza tan grande en Dios es porque no he pecado. Aunque hubiera cometido todos los crímenes posibles, seguiría teniendo la misma confianza. Sé que toda esa multitud de ofensas sería como una gota de agua arrojada en una hoguera encendida.
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