top of page
Buscar

20/07/2021 Martes 16 (Mt 12, 46-50)

Todavía estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con Él.

En la escena aparecen las dos familias de Jesús: la cimentada en lazos de sangre y la cimentada en la fe. En ambas, María es la primera. Pero resulta que ella, con toda su parentela, ¿medio secuestrada?, está fuera. Jesús no demuestra ningún cariño especial hacia ellos.

La relación entre esta Madre y este Hijo es más profunda que la que puede expresarse en palabras o gestos. María es la dichosa por haber creído, la mujer de fe. Por tanto, tampoco ella lo tuvo todo claro respecto a su Hijo. También ella tuvo que recorrer su camino de fe. El final de la escena nos da una magnífica alabanza de Jesús que solamente ella entendió: Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre de los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre. La perfección del creyente no consiste en alcanzar la meta, sino en caminar hacia ella. María nos enseña que la vida de fe es camino, proceso, crecimiento. Como la de su Hijo que, progresaba en sabiduría, en estatura y en el favor de Dio y de los hombres (Lc 2, 52).

Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: ¡Ahí están mi madre y mis hermanos!

El Papa Francisco comenta: Los vínculos familiares, en el seno de la experiencia de la fe y del amor de Dios, se transforman, se llenan de un sentido más grande y llegan a ser capaces de ir más allá de sí mismos, para crear una paternidad y una maternidad más amplias, y para acoger como hermanos y hermanas también a los que están al margen de todo vínculo.

0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Comments


bottom of page