Salió Jesús de casa y se sentó junto al lago.
Todo muy sencillo, todo muy natural. Sin programaciones, sin prisas. Jesús sale de casa temprano, se sienta junto al lago y disfruta del paisaje; y reflexiona… Comienzan a acercarse tantos que se ve obligado a subir y sentarse en una barca. Desde la barca, comienza a hablar a la gente.
Salió un sembrador a sembrar.
Lo que dice a la gente en voz alta es el fruto de su reflexión anterior. Se trata de la eficacia de su predicación. Lo expresa con imágenes muy familiares para quienes le escuchan. Está diciendo, entre líneas, que el protagonista de la parábola del sembrador no es el sembrador, sino la semilla. Que esa semilla que cae en tierra y muere, da mucho fruto. Que esa semilla es el Evangelio, la mejor noticia: Jesús.
El desarrollo de esa semilla, el reino de Dios, es algo imparable. Pero el proceso tiene lugar de manera discreta; sin alharacas. Cuando los fariseos preguntan a Jesús cuándo llegaría el reino de Dios, Él responde: El reino de Dios no vendrá de forma espectacular…; el reino de Dios ya está entre vosotros (Lc 17, 21). A nosotros, que escuchamos también la parábola y hemos aprendido a leer entre líneas, nos queda esforzarnos por captar lo que no aparece pero sí existe. Y entender que esa realidad no solamente existe, sino que es la realidad más categórica de cuantas existen.
El Reino de Dios ya está aquí. Se desarrolla como la pequeña semilla. Nada podrá impedir su éxito: Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será derribado. Y yo cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn12, 31-32).
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