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20/08/2021 San Bernardo (Mt 22, 34-40)

Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

La pregunta del fariseo ha sido: Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley? La respuesta de Jesús va más allá de lo pedido. El fariseo se consideraba una persona de Dios porque su vida giraba en torno al templo. Jesús considera que la persona de Dios es aquella cuya vida gira en torno al prójimo. Y así vemos cómo Jesús recela con frecuencia de las personas piadosas y pone como modelos de vida a personas alejadas de Dios. Hay, por ejemplo, parábolas que parecen pensadas para personas sin fe; como la del Buen Samaritano o la del Juicio Final: ¿Cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer? Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis (Mt 25, 37-40).

Al atardecer de la vida seremos examinados en el amor. No en el amor de la piedad, sino en el amor del hermano, pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (1 Jn 4, 20).

La respuesta de Jesús al fariseo es el fundamento de la religión: amor a Dios y al prójimo. Para el creyente, el amor de Dios incluye el amor al hermano, cercano o lejano, simpático o antipático, santo o criminal.

El amor es éxtasis, pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí (Papa Benedicto).

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