20/10/2025 Lunes 29 (Lc 12, 13-21)
- Angel Santesteban
- hace 3 horas
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Un hombre rico tuvo una gran cosecha.
Es la parábola del rico necio. Nos hace evocar las palabras del salmo: El hombre opulento no entiende; a las bestias mudas se parece (Salmo 49, 21). La vida le sonríe a este hombre; todo le va bien. Pero no se da cuenta de que las riquezas le encierran en sí mismo y le aíslan de los demás. Él es el único ser humano de la parábola y cuando habla se dirige a sí mismo.
Es normal valorar lo que tenemos, cosas materiales o cualidades personales. El problema aparece cuando absolutizamos su valor y todo lo demás pasa a segundo plano. Entonces nos dedicamos a construir graneros inconsistentes. Graneros que pueden derrumbarse en cualquier momento: ¡Necio, esta misma noche te reclamarán la vida! Lo que has preparado, ¿para quién será?
Así le pasa al que acumula tesoros para sí y no es rico a los ojos de Dios.
La parábola del rico necio dibuja bien la enorme capacidad humana para vivir en la insensatez. Posiblemente, el protagonista es un hombre de ley y de iglesia. Posiblemente ha obtenido buenas calificaciones universitarias, y es un trabajador al que se le hacen cortas las horas del día. Pero le falta la sabiduría de la vida de saber relacionarse con cosas y personas. Se le han quemado los cables de la comunicación. Quizá pertenece a alguna asociación altruista, pero será por su buena prensa. Toda su existencia gira en torno a sí mismo.
La parábola del rico necio debe ayudarnos a interpretar los signos de nuestro tiempo: ayudarnos a vivir con mayor austeridad; ayudarnos a abrir los brazos, no para acaparar y acumular, sino para abrazar a otras personas y dar gloria a Dios por toda su creación.
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