Desde allí fueron recorriendo Galilea, y no quería que nadie lo supiera.
Los discípulos están dispuestos a dar la vida por su Jesús. Pero, por otra parte, tienen una idea tan equivocada del Mesías y de Dios que resulta difícil considerarlos verdaderos discípulos. Por eso que la tarea primera que Jesús se impone es la de cambiar esa idea. Lo tiene complicado. Sus intentos chocan contra un muro difícil de derribar. ¿Cómo hacerles ver y hacerles aceptar un Mesías y un Dios humilde y vulnerable?
Este Hombre va a ser entregado en manos de hombres que le darán muerte; después de morir, al cabo de tres días, resucitará.
Es sencillo aceptar la omnipotencia de Dios que vemos en los inicios de la revelación. Pero cuando, en la plenitud de los tiempos, la revelación alcanza su cima y nos presenta al Dios de la debilidad, entonces ya no resulta sencillo aceptarla. Parece un despropósito. Así lo parecía a aquellos discípulos. Las palabras de Jesús no hacen mella en ellos.
¿De qué hablabais en el camino? Se quedaron callados, pues por el camino iban discutiendo quién era el más grande.
Pensemos que el Señor nos dirige la pregunta a nosotros mismos: ¿De qué discutís por el camino? Seguramente nos sentiremos avergonzados ante la enorme distancia entre su decir y nuestro pensar.
Nuestra vida está ofuscada a menudo por el peso causado por la historia de nuestras divisiones, y nuestra voluntad no siempre está libre de la ambición humana que a veces acompaña a nuestro deseo de anunciar el Evangelio.Nunca lo olvidemos. Para los discípulos de Jesús, ayer hoy y siempre, la única autoridad es la autoridad del servicio, el único poder es el poder de la cruz (Papa Francisco).
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