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21/03/2022 Lunes 3º de Cuaresma (Lc 4, 24-30)

Os aseguro que ningún profeta es aceptado en su patria.

Los paisanos de Jesús, sentados ante Él en la sinagoga del pueblo, están expectantes: todos los ojos estaban fijos en Él. Le conocen desde niño y han oído hablar de las maravillas que ha hecho en Cafarnaún. En un primer momento quedan admirados por sus palabras. Pero pronto se adueña de ellos el rechazo: es inaceptable que alguien de origen tan humilde se muestre tan arrogante: Hoy, en presencia vuestra, se ha cumplido este pasaje de la Escritura.

Todo esto es un toque de atención para quienes creemos conocer y estar familiarizados con Jesús. Dice el Papa Francisco que las personas que Jesús tenía delante estaban tan seguras en su fe, tan seguras en su observancia de los mandamientos, que no necesitaban otra salvación.

Muchas viudas había en Israel… Muchos leprosos había en Israel…

Ni la viuda de Sarepta ni el leproso Naamán pertenecían al pueblo de la Alianza. Sin embargo a ellos precisamente fueron enviados los profetas Elías y Eliseo, descuidando a las viudas y los leprosos de Israel.

Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.

Rechazado por sus paisanos, Jesús prosigue su camino. ¿Por qué será que la resistencia más obstinada a su Evangelio la encuentra Jesús en los ambientes más piadosos? Quizá porque resulta más sencillo vivir acomodados en tradiciones y costumbres que hacer del camino nuestra meta. Preguntémonos si no estamos acaso demasiado anclados en el pasado, perdido el anhelo de la búsqueda y de la escucha.

El de hoy es el primero de los muchos rechazos que sufre Jesús. Éste viene de los más cercanos, de quienes creen conocerle y quererle. Aquellos nazarenos representan una religiosidad devocional, deshumanizada y milagrera, impermeable al Evangelio.

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