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21/03/2023 Martes 4º de Cuaresma (Jn 5, 1-16)

Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.

¡Treinta y ocho años! En todo ese tiempo nadie le ha ayudado a entrar en el agua y sanar de su enfermedad. Hasta que llega Jesús. Es Jesús quien lleva toda la iniciativa, sin colaboración alguna por parte del enfermo. El pobre hombre parece tener afectado también el cerebro. ¿Fatalismo? ¿Resignación? Ya no cree en la posibilidad de sanar. Ni sabe suplicar; tampoco agradecer. Pero también a estas personas tan desesperanzadas se acerca Jesús. No le echa en cara su inmovilidad o desinterés. Él carga con todo, como con la oveja descarriada. Él es misericordia.

Jesús, viéndole tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dice: ¿Quieres recobrar la salud?

La escena nos hace evocar aquellas palabras suyas: He venido para que tengan vida y la tenga en abundancia (Jn 10, 10). Quiere convertir nuestra sequedad y aridez en frescura y fecundidad. Para eso es necesario sumergirse y dejarse empapar por el agua de su Palabra: Las palabras que os he dicho son espíritu y vida (Jn 6, 63).

Jesús le dice: Levántate, toma tu camilla y anda.

Escuchamos estas palabras como dirigidas a cada uno de nosotros. Un orante con alma de poeta parafrasea las palabras de Jesús: Levántate, carga tus desalientos y camina… Levántate, carga con tus heridas y camina… Levántate, carga con tus cruces y camina…

Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús.

Esta vez la sanación se reduce a lo físico. El encuentro no transforma a aquel hombre que continúa más cercano a los judíos que a Jesús. Aunque su salvación es para todo el mundo, a pocos nos es otorgado el privilegio de tener conocimiento de ello.

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