Os lo aseguro, antes de que existiera Abrahán, existo yo. Recogieron piedras para apedrearlo; pero Jesús se escondió y salió del templo.
Vemos a aquellos judíos, tan devotos y tan amigos del templo, de nuevo armados de piedras. Poco antes era para apedrear a una mujer por el pecado de adulterio; ahora es para apedrear a Jesús por atribuirse cosas exclusivas de Dios. De todos modos, Jesús no se deja intimidar.
Jesús se presenta como el verdadero depositario de la promesa de Dios a Abrahán y la verdadera causa de su alegría: Vuestro padre Abrahán disfrutaba esperando ver mi día: lo vio y se alegró. Entiende que Isaac fue su precursor.
Jesús no duda en llamar mentirosos a aquellos judíos que se creían tan correctos: Si dijera que no lo conozco, sería mentiroso como vosotros. No se dan cuenta que viven en la mentira. Comenzando por su pobre visión de la realidad; una realidad acotada por el tiempo y el espacio, los relojes y los calendarios: No has cumplido cincuenta años, ¿y has conocido a Abrahán?
Se mueven en la mentira, sobre todo, porque su Dios dista muchos de ser el verdadero Dios: el Dios de Jesús, el Dios que es Jesús. La confrontación entre Jesús y aquellos judíos no tiene arreglo. Aquellos judíos creen en un Dios majestuoso y lejano; imposible aceptar al Dios de carne y hueso que tienen ante sus ojos.
Os aseguro que quien cumpla mi palabra no sufrirá jamás la muerte.
Jesús es la Vida y la Resurrección, porque con su amor crucificado venció la muerte. En Jesús, Dios nos da la vida eterna, la da a todos, y gracias a Él todos tienen la esperanza de una vida más auténtica que ésta (Papa Francisco).
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