Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros.
Amor y odio. El amor entre los discípulos tiene como telón de fondo el odio del mundo hacia ellos. Pero el discípulo no debe temer al mundo, porque la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron (Jn 1, 5). Jesús nos lo dice categóricamente: ¡Ánimo! Yo he vencido al mundo (Jn 16, 33). Él no ha venido para condenar al mundo, sino para salvarlo (Jn 3, 17). Así será al final, en la plenitud de los tiempos, cuando todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra (Ef 1, 10).
El Evangelio de Juan no comulga con el cristianismo de cristiandad. El Jesús de Juan no busca evangelizar culturas ni bautizar multitudes; busca, más bien, cuidar al pequeño rebaño de discípulos. A quienes hemos vivido en una sociedad detentando poder y privilegios, nos puede resultar difícil aceptar con serenidad el rechazo de esa misma sociedad. Nos cuesta vivir como algo perfectamente normal el aviso del Señor: Si el mundo os odia, sabed que a mí me odió primero. Nos cuesta alegrarnos y regocijarnos cuando nos injurien y nos persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa (Mt 5, 11-12).
De todos modos, los discípulos debemos tener claro que la frontera entre lo mundano y lo cristiano atraviesa el centro del corazón de todos nosotros. La lucha primera entre el tener y el poder mundanos por una parte, y el amor cristiano por otra, se desarrolla en lo interior de cada uno.
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