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21/06/2021 San Luis Gonzaga (Mt 7, 1-5)

No juzguéis y no seréis juzgados.

Poco antes, comentando el quinto mandamiento, nos ha advertido de que también las palabras matan: el que llame su hermano loco incurrirá en la pena del horno de fuego (Mt 5, 22). Ahora nos dice que incluso el pensamiento mata; aunque no lo traduzcamos en palabras o acciones.

Cuando juzgo al hermano me sitúo por encima de él, ya que me creo mejor: ¿Por qué te fijas en la mota en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga del tuyo? Somos tan expertos en detectar defectos ajenos como en enmascarar los propios. Ganamos en sensatez cuando aprendemos a usar la crítica al hermano como punto de partida para una sincera autocrítica.

Cuando pongo en palabras mis juicios negativos y subrayo con amargura los males de la familia, de la comunidad, de la sociedad en que vivo, estoy proclamando neciamente que soy ajeno a esos males; estoy proclamando neciamente que algo mejor irían las cosas si de mí dependiesen. Pura necedad, porque pura ausencia de misericordia. Somos expertos en lo que los psicólogos llaman proyección; depositamos en los otros lo negativo de nosotros mismos. Entonces podemos mostrarnos inmisericordes con eso defectos.

El Papa Francisco pregunta y responde: ¿Puede existir un cristiano que no sea misericordioso? No. La misericordia supera todo muro, toda barrera, y te conduce a buscar siempre el rostro del hombre, de la persona. Y es la misericordia la que cambia el corazón y la vida, que puede regenerar a una persona y permitirle incorporarse de un modo nuevo a la sociedad.

Dios juzga con misericordia. Nosotros no sabemos integrar justicia y misericordia; o una u otra. En Dios, justicia y misericordia son la misma cosa. Caminemos hacia esa meta.

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