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21/08/2025 Jueves 20 (Mt 22, 1-14)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 20 ago
  • 2 Min. de lectura

El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo.

Si ayer era una viña, hoy es un banquete nupcial. Si ayer la paga de los viñadores era idéntica para todos, para los primeros o para los últimos, hoy el rey manda que todo el mundo entre al banquete de bodas de su hijo.

Pero lo de este banquete no es una parábola, sino dos. En la primera se habla de los invitados, primeros y últimos; en la segunda, de un traje de bodas. Las palabras centrales de la primera parábola son: A todos los que encontréis, invitadlos a la boda. ¡A todos! Los primeros invitados, los judíos, han sido infieles a Dios, como tanto han denunciado los profetas. Y Dios ha decidido abrir las puertas del banquete de su hijo a todo el mundo, sin hacer preguntas y sin requisitos previos. El Evangelista Lucas llega a decir que el rey ordena a su siervo: Sal a los caminos y veredas y obliga a entrar hasta que se llene mi casa (Lc 14, 23). Nosotros, los últimos invitados, y agraciados además con el don de la fe, no debemos perder nunca el sentido festivo del seguimiento.

 

En la segunda parábola se habla del traje de bodas. Las palabras centrales de esta segunda parábola son: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de bodas? El Papa Francisco hace un atinado comentario: El traje de bodas simboliza la misericordia que Dios nos da gratuitamente, es decir, la gracia. Sin la gracia no se puede dar un paso en la vida cristiana. Todo es gracia. Gracia, acogida con asombro y alegría: Gracias, Señor, por haberme dado este don.

 
 
 

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