Al pasar, vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de los impuestos, y le dice: Sígueme. Él se levantó y le siguió.
Mateo, pluma en mano, estaba muy ocupado con sus cuentas y sus números. Podría haber respondido: ¿Qué es lo que quieres? O también: Espera un momento, déjame acabar lo que tengo entre manos. Nada de eso. Lo deja todo, se levanta de inmediato y sigue a Jesús. Si más adelante le preguntamos un día a Mateo que nos explique aquella presteza en seguir a Jesús sin dilación, podría decirnos algo como esto: Ni yo mismo me lo explico. Él me habló y nos miramos: fue como un hechizo. Podría decir que me sentí forzado, pero al mismo tiempo sé que lo hice con absoluta libertad. Ese ha sido el momento más importante de mi vida.
Dice el Papa Francisco: ¿Qué es lo primero en nuestra vida, Él o nuestra agenda? Si todo lo que hacemos no parte de la mirada de su misericordia corremos el riesgo de mundanizar la fe, de llenarla de argumentos culturales, opciones políticas, etc. Lo primero es el encuentro con la misericordia del Señor. La invitación de hoy es: déjate misericordiar por Dios. Él viene con su misericordia.
Estando Jesús en casa, sentado a la mesa, muchos recaudadores y pecadores llegaron y se sentaron con Él y sus discípulos.
Es una buena imagen de la Iglesia; la Iglesia de pecadores, no de los justos. En la asamblea eucarística, como en la casa de Mateo, todos nos sentamos a la mesa en torno a Jesús para compartir gozosos la gratuidad de su misericordia: Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.
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