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21/10/2021 Jueves 29 (Lc 12, 49-53)

He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya hubiera prendido!

¿Estaría pensando Jesús en el fuego de su Espíritu tal como lo experimentaron los discípulos en Pentecostés? ¿O estaría pensando en el fuego de su amor hasta el extremo resplandeciente en la cruz? Ese mismo fuego relumbra en las palabras antes de la última cena: Cuánto he deseado comer con vosotros esta víctima pascual antes de mi pasión (Lc 22, 15).

Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!

Angustiado; hasta que llegue el momento del bautismo o inmersión en el dolor. Igual que la mujer antes de los dolores del parto (Jn 16, 21). Angustiado, pero decidido: Mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero, ¡si he llegado a esta hora para esto! (Jn 12, 27). La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber? (Jn 18, 11).

¿Creéis que estoy aquí para poner paz en la tierra? No, os lo aseguro, sino división.

Lo había profetizado el anciano Simeón: Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción (Lc 2, 34). Es el camino de Jesús. Por tanto, el de todos los que seguimos sus pasos: el camino de la cruz. Puede adoptar forma de persecución, de incomprensión, de rechazo, de indiferencia… Más frecuentemente por parte de los de dentro que de los de fuera. Y todo esto pasando por momentos en los que la fe está envuelta en tinieblas. Así, por ejemplo, Pablo que en los últimos años de su vida sufre el abandono progresivo de los discípulos: Todos me desampararon (2 Tim 4, 16).

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