21/10/2025 Martes 29 (Lc 12, 35-38)
- Angel Santesteban
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Tened la cintura ceñida y encendidas las lámparas.
Tener la cintura ceñida es vivir en actitud de servicio; tener las lámparas encendidas es vivir en actitud de vigilancia. San Pedro dice: Ceñíos los lomos de vuestro espíritu, sed sobrios; poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os concederá cuando se revele Jesucristo (1 P 1, 13).
Dichosos los criados a quienes el amo, al llegar, los encuentre velando: os aseguro que se ceñirá, los hará sentarse a la mesa y les irá sirviendo.
Es un comportamiento inverosímil entre amos y criados terrenos. Pero cuando se trata del Señor de los señores, la cosa cambia. Jesús lo afirma de manera solemne: Os lo aseguro. Lo más inverosímil a nivel humano se convierte en lo más normal a nivel divino. Las palabras de Jesús, que evocan el lavatorio de los pies, tienen un recorrido muy largo. Amigos de Dios, como Juan de la Cruz, lo saben: Llega a tanto la ternura y verdad de amor con que el inmenso Padre regala y engrandece a esta humilde y amorosa alma, que se sujeta a ella verdaderamente para la engrandecer, como si Él fuese su siervo y ella fuese su señor.
Es cierto que la espera puede hacerse larga y aburrida. Pero, por otra parte, no se trata de hacer grandes cosas; se trata sencillamente de esperar con las lámparas preparadas. Dice Teresa de Lisieux, Jesús no nos pide grandes hazañas; nos pide únicamente abandono y gratitud.
El Papa Francisco comenta: Lo peor que nos puede ocurrir es caer en el sueño del espíritu: dejar adormecer el corazón, anestesiar el alma, almacenar esperanza en los rincones de la decepción y la resignación
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