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21/12/2021 Martes 4º de Adviento (Lc 1, 39-45)

Bendita tú entre las mujeres.

Son las primeras palabras de la respuesta de Isabel, llena de Espíritu Santo, al saludo de María. Están inspiradas en las que el pueblo de Israel dirige a Judith al ser liberados por ella del tirano Holofernes (Jd 13, 18).

Isabel explica más adelante la razón de esta alabanza: Bendita tú por haber creído. Dichosa ella, no tanto por ser la Madre de mi Señor, sino por haberse fiado del Señor. Jesús lo confirmará con la última de sus Bienaventuranzas: Dichosos los que creen sin haber visto (Jn 20, 29).

Él lo tiene claro: el camino de la mejor calidad de vida, de la vida en abundancia, es la fe. De la fe brotan alabanza, gratitud, alegría. María, que se sabe muy pequeña, sabe sobre todo que el amor de Dios la desborda. Y, como vemos en el Magnificat, no pierde tiempo mirándose a sí misma. María vive fascinada por la visión del maravilloso plan de Dios para la salvación de todos.

Y bendito el fruto de tu vientre.

¿Cómo ha llegado Isabel al conocimiento del secreto escondido en el vientre de María? Cosas del Espíritu…, que sopla donde quiere (Jn 3, 8). ¿Qué es lo que Isabel entiende con sus palabras? Nos lo dice también más adelante: ¿De dónde a mí que venga a visitarme la Madre de mi Señor? Es aquí, en la palabra SEÑOR, donde se pone de manifiesto lo más impresionante de lo que el Espíritu ha revelado a Isabel. Esta palabra, dicha desde lo hondo del corazón, lo contiene todo. El nuevo ser que se está formando en el seno de María es el SEÑOR: Señor del universo. Su señorío es absoluto; es el señorío del amor.

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