21/12/2024 Sábado 3º de Adviento (Lc 1, 39-45)
- Angel Santesteban
- 20 dic 2024
- 2 Min. de lectura
Entonces María se levantó y se dirigió apresuradamente a la serranía, a un pueblo de Judea. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Los cristianos somos, como María, personas especialmente favorecidas por Dios con el don de la fe. Esta fe, si auténtica, se pone de manifiesto en una fina percepción de quien puede necesitarnos y en la disposición para ofrecer apresuradamente nuestra ayuda. Se pone de manifiesto también en la humildad de reconocernos necesitados y, como María, recurrir a quien puede ayudarnos.
Isabel, embarazada de seis meses y de avanzada edad, necesita ayuda. También María, que llega necesitada de alguien que le escuche. Está atravesando momentos delicados. Gracias a Isabel, María, libre de ansiedades, cantará el Magnificat y, pasados tres meses, volverá serena a Nazaret.
En el relato de la visitación, Zacarías no aparece por ninguna parte. Andaría por allí, pues no podía ejercer su sacerdocio porque estaba mudo. Le imaginamos apartado y solitario. No participa de la alegría de las dos mujeres. Es un hombre de muchas devociones, pero de poca fe. Le llegará el momento de creer y de entrar en la órbita de la alegría y de la comunicación. Será cuando, tres meses después, cante: Bendito sea el Señor, Dios de Israel. La paz y la alegría son los frutos de la liberación del Señor.
La visita de María a Isabel nos prepara para vivir bien la Navidad, comunicándonos el dinamismo de la fe y la caridad. Es un dinamismo lleno de alegría. El encuentro de las dos madres es todo un himno de júbilo en el Señor que hace grandes cosas con los pequeños que se fían de Él (Papa Francisco).
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