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22/01/2021 San Vicente (Mc 3, 13-19)

Subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron junto a Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar demonios.

ÉL. Es la clave. El texto lo repite hasta tres veces. Él es, en verdad, el centro del relato. Él es, en verdad, el centro del universo: Aquel por quien y para quien todo fue creado (Col 1, 16).

Él, entre sus discípulos, elige a doce. Se llamarán apóstoles. Algunos, aunque no elegidos para formar parte del grupo de los Doce, continuarán con Él; lo vemos en la elección de Matías (Hec 1, 21). La tarea principal del apóstol es Él: para que estuvieran con Él. Esto debe empapar todos los momentos de su vida. Para que así sea, debe haber momentos de especial intensidad; o sea, momentos de oración personal, tal como hacía Jesús: Él se retiraba a los lugares solitarios donde oraba (Lc 5, 16). Esta oración personal inyecta vida en todo otro tipo de oración y en toda actividad. Sin esta oración personal todo otro tipo de oración y de actividad pierde consistencia. No es suficiente ser personas de fuerte interioridad; es necesario que en el centro de esa interioridad se encuentre Él.

Cuando el apóstol o el discípulo imitan a Jesús, retirándose regularmente a lugares solitarios para orar, la misión no es otra cosa que la experiencia espiritual transmitida y compartida. Todo apóstol y discípulo, todo creyente, es enviado a predicar con poder para expulsar demonios, sin dejar de estar nunca con Él. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí, no podéis hacer nada (Jn 15, 5).

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