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22/01/2022 San Vicente (Mc 3, 20-21)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 21 ene 2022
  • 2 Min. de lectura

Jesús llega a casa con sus discípulos y de nuevo se junta tanta gente que no los dejaban ni comer.

Su popularidad es grande. Pero la adhesión de las gentes a la persona de Jesús deja mucho que desear. Son como cañas movidas por el viento. Un día es HOSANA, y otro día es CRUCIFÍCALE. No se fiaba de ellos (Jn 2, 24), pero se dedicaba a ellos. Jesús nos está indicando el camino de nuestra dedicación y entrega a los demás. El verdadero amor al prójimo no depende de gratificaciones o reconocimientos: como yo os he amado (Jn 13, 34).

Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.

Con la creciente popularidad de Jesús, crece también el rechazo hacia Él. Primero, por parte de la jerarquía religiosa: los fariseos deliberaron cómo acabar con Él (Mc 3, 6). También por parte de sus familiares. Para ellos, la entrega de Jesús a la gente se sale de las normas del sentido común; creen que está perdiendo el juicio.

Los vínculos de sangre nunca impiden a Jesús actuar con independencia. Exceptuando a su madre, no es pródigo en cariños. Los que dirige a su madre, sin ser exuberantes, son delicados; solamente ella los capta. Como cuando dice: Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan (Lc 11, 28).

Los seguidores de Jesús probamos situaciones parecidas a la suya. Porque nuestra manera de ver las cosas y nuestro estilo de vida, y nuestra manera de pensar y de hablar, nos distancian del entorno en que vivimos. Como Él, no debemos tener reparo alguno en ir contracorriente y llevar la contraria con tanta discreción como firmeza.

 
 
 

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