Hemos escuchado el pregón cuaresmal por boca del profeta Joel en la primera lectura, y de san Pablo en la segunda. Por boca de Joel nos ha dicho el Señor: Convertíos a mí de todo corazón, con ayuno, con llanto, con luto; convertíos al Señor Dios vuestro, que es compasivo y clemente, paciente y misericordioso y se arrepiente de la amenazas. Y Pablo nos suplica: Mirad, éste es el tiempo favorable, éste el día de salvación.
Luego, en el Evangelio, Jesús nos pide fomentar en nosotros los tres elementos que nos mantendrán en la mejor actitud para acoger su salvación en nosotros e irradiarla a los demás: la oración, la limosna y el ayuno. Ellos nos ayudan a renovar el cuerpo y el espíritu fomentando la intimidad con Dios nuestro Padre. Ellos nos ayudan a salir de nosotros mismos y a vivir la vida en clave de servicio al Señor y a los demás. A través de ellos, el Señor nos conduce a la más auténtica conversión: la de aceptar el Evangelio como norma de vida.
Este tiempo de Cuaresma que comenzamos hoy es tiempo de preparación para la Pascua, la suprema manifestación del amor de Dios hacia nosotros por la cruz y resurrección de Jesús. Inauguramos la Cuaresma con el rito de la Ceniza. Al recibir la Ceniza escucharemos estas palabras: Convertíos y creed en el Evangelio. En eso consiste la más auténtica conversión, en creer en el Evangelio. La Ceniza, dice el Papa Francisco, se posa sobre nuestras cabezas para que el fuego del amor se encienda en los corazones.
Sería bueno comenzar la Cuaresma programando algo especial para cada uno de estos cuarenta días. Algo sencillo y concreto. Algo que me conduzca a la más auténtica conversión.
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