22/05/2024 Miércoles 7º (Mc 9, 38-40)
- Angel Santesteban
- 21 may 2024
- 2 Min. de lectura
Juan le dijo: Maestro, vimos a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no va con nosotros.
Juan es prototipo del discípulo fervoroso. Junto con su hermano Santiago y con Pedro, es testigo privilegiado de la resurrección de la hija de Jairo (cap. 5) y de la transfiguración de Jesús en el Tabor (cap. 9). Más tarde, será testigo de la oración de Jesús en Getsemaní (cap. 14). Pero también él necesita aprender la lección de la tolerancia y de la mansedumbre: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 29).
Los cristianos apellidados católicos hemos caído frecuentemente en la tentación de apropiarnos del Evangelio, hasta el punto de que por ser católicos dejamos de ser cristianos. El verdadero seguidor de Jesús tiene claro que la verdad no es de piedra, sino de carne. Que lo nuestro no es cuestión de doctrinas y estructuras, sino de amor. Que las puertas del corazón y de la Iglesia deben mantenerse siempre abiertas.
Jesús respondió: No se lo impidáis. Aquel que haga un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí.
Juan ha hablado en plural; ha puesto al grupo (Iglesia-institución), como punto de referencia de lo que dice. Jesús responde en singular; se pone a sí mismo como único punto de referencia de la vida del cristiano.
A los discípulos se nos agranda el corazón cuando aprendemos a recostarnos, como Juan en la última cena, sobre el pecho de Jesús (Jn 13, 25). Entonces sabemos apreciar en cualquier lugar y en cualquier persona, todo cuanto hay de verdadero, noble, justo, puro, amable y loable, de toda virtud y todo valor (Flp 4, 8).
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