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22/07/2021 Santa María Magdalena (Jn 20, 1-2; 11-18)

El primer día de la semana, muy temprano, todavía a oscuras, va María Magdalena al sepulcro y observa que la piedra está retirada del sepulcro.

Solamente cuatro discípulos le fueron fieles hasta la cruz: tres mujeres y un hombre. Una de ellas era María Magdalena, aquella de la que habían salido siete demonios (Lc 8, 2). Apenas pasado el sábado, en cuanto la ley se lo permite, acude al sepulcro para vivir su duelo cerca del sepulcro de su Señor. El dolor y las lágrimas le impiden ver la realidad. ¡Quiere tanto a Jesús! Pero vive atrapada por el pasado. Como sigue sucediendo con tantos buenos cristianos. El Papa Francisco comenta: Cuántas veces tenemos necesidad de que el Amor nos diga: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? (Lc 24, 7).

Se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no lo reconoció.

El sufrimiento o el dolor pueden ser tan fuertes que nublan la visión hasta hundirnos en la oscuridad. A Jesús le tocó vivir esto en Getsemaní. María Magdalena necesita conversión. Necesita salir de una vida buena para entrar en otra mejor: centrarse menos en sí misma para centrarse más en los demás. Necesita ayuda para entrar en la gloriosa nueva realidad del Resucitado. La tiene en el momento en que escucha su nombre pronunciado por Jesús. Entonces su vida da un giro profundo, y pasa a orientar su vida hacia sus hermanos: María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: He visto al Señor y me ha dicho esto. Esta es la mejor garantía de haber encontrado al Resucitado.

María Magdalena. Buen modelo para el seguidor de Jesús. Primero se busca; luego se encuentra (o se es encontrado); finalmente se anuncia lo visto y oído.

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