Desde entonces muchos de sus discípulos se echaron atrás y ya no andaban con Él.
Muchos dejaron de seguirle. Se lamentaban: Este discurso es bien duro; ¿quién podrá escucharlo? Y no les faltaba razón. Todo lo referido a Jesús es inaceptable para la razón. Hace falta algo que tenga alas mucho más poderosas que las de la razón para aceptar a Jesús. Jesús dirá que nadie puede ir a Él si el Padre no lo atrae.
Este episodio en que muchos abandonaron a Jesús es de gran actualidad. Los mayores hemos sido testigos de iglesias llenas. Cuando éramos jóvenes estaba mal visto no ir a Misa. Ahora, como le sucedió a Jesús, somos pocos los que le seguimos. ¿Cómo reaccionamos ante esta nueva realidad? Algunos quizá nos entristecemos o pensamos que Dios está perdiendo el control del mundo. ¿Cómo reaccionó Él? No se alteró; le pareció lo más natural que muchos se marchasen. Lo que hizo fue preguntar al pequeño grupo que continuó con Él: ¿También vosotros queréis marcharos?
A Jesús no le apena que muchos se fuesen entonces o se vayan ahora. Las motivaciones no eran apropiadas. Como no lo eran con nuestro cristianismo de cristiandad. Aquello, más que fe, era cultura o tradición. Todavía hoy hay cristianos que asimilan mejor la tradición que el evangelio. Esto llama la atención cuando lo vemos en altas jerarquías de la Iglesia.
No nos escandalicemos ante el progresivo vaciamiento de nuestras iglesias. Lo normal es que los seguidores de Jesús seamos pocos. Jesús no hizo grandes esfuerzos por multiplicar adeptos. A muchos hombres y mujeres a quienes hizo grandes favores, los dejó marchar y que continuasen con sus vidas. Eso sí, quiere que quienes formamos su grupito seamos sal y luz del mundo. Quiere que disfrutemos del asombroso privilegio de la fe. Después del primer regalo, el de la vida, no hay regalo que se le pueda comparar. A nosotros, creyente, el Señor nos dice lo que dijo al pequeño grupo de discípulos que continuaba con Él: ¡Dichosos vuestros ojos porque ven, y vuestro oídos porque oyen!
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