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22/10/2022 Sábado 29 (Lc 13, 1-9)

¿Pensáis que aquellos galileos, dado que sufrieron aquello, eran más pecadores que los demás galileos?

Los judíos creían que la desgracia de una persona era el castigo merecido por el pecado de esa persona o de sus antecesores. Recordemos a los discípulos que, ante el ciego de nacimiento, preguntan a Jesús: Rabí, ¿quién pecó para que naciera ciego? ¿Él o sus padres? (Jn 9, 2). Jesús reprueba esta creencia. Dios nos castiga con su misericordia: Dios ha encerrado a todos en la desobediencia para apiadarse de todos (Rm 11, 32). La parábola de la higuera nos habla de la piedad de Dios con todos.

Señor, déjala todavía este año; cavaré alrededor y la abonaré a ver si da fruto. Si no, la cortas el año que viene.

A la higuera del Evangelista Mateo no se le da ninguna oportunidad: ¡Que nunca jamás brote fruto de ti! (Mt 21, 19). Pero Mateo escribe para cristianos procedentes del pueblo de la antigua alianza; alianza que concluye con la muerte de Jesús, cuando el velo del templo se rasga en dos, de arriba abajo (Mt 27, 51). Lucas escribe para quienes formamos el nuevo pueblo de Dios; ahora la norma suprema es la misericordia; misericordia que se mantiene de generación en generación, un año sí y otro también.

Únicamente la misericordia nos mantiene con vida. Aunque no damos frutos no somos destruidos. Al contrario, somos cuidados de manera más exquisita. Como la oveja descarriada que el pastor pone sobre sus hombros. Los santos han sentido vivamente la propia esterilidad y han sentido, sobre todo, la infinita paciencia y misericordia de Dios hacia ellos. Santa Teresa se dirige al Señor con estas palabras: Con regalos grandes castigabais mis delitos.

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