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22/11/2020 Jesucristo, Rey del Universo (Mt 25, 31-46)

La parábola del Juicio Final tiene como punto de partida la solemne proclamación del señorío de Jesús sobre todo el universo: Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Pero el punto de mira de la parábola está en el mandamiento del Señor expresado así: En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.

En verdad, al atardecer de la vida me examinarán del amor. No me pedirán cuentas sobre virtudes o actos de piedad. El catecismo que aprendimos de niños, y que tan bien nos inculcó la presencia real de Jesús en el sacramento del altar, nada nos dijo sobre la presencia real de Jesús en el necesitado. Sin embargo, lo decisivo en el cristiano, como nos dice Jesús en la parábola de hoy, es la compasión y la misericordia ante el sufrimiento ajeno. En esta grandiosa escenificación de la parábola no aparecen palabras solemnes como justicia, igualdad o derechos humanos… Sí aparecen palabras sencillas y concretas como comida, vestido, agua, visita…

En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.

Estas palabras no terminan nunca de conmocionarnos. No acabamos de entender que nos revelan que el amor de Dios le lleva a identificarse con nosotros, pero no cuando estamos bien, cuando estamos sanos y felices, no, sino cuando estamos necesitados. Y de este modo escondido, Él se deja encontrar, nos tiende la mano como mendigo (Papa Francisco).

En verdad, Jesús se identifica plenamente con el prójimo, especialmente el que sufre. Así se lo dijo a Pablo en el camino de Damasco: Yo soy Jesús a quien tú persigues (Hch 9, 5). La parábola del Juicio Final es una gran escenificación de su mandamiento: Mi mandamiento es que os améis los unos a los otros como yo os he amado (Jn 15, 12).

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