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22/12/2020 Martes 4º de Adviento (Lc 1, 46-56)

Después de la Anunciación, María acude presurosa a la casa de su prima y amiga Isabel. Isabel, mayorcita ella y embarazada de seis meses, agradecerá la ayuda de María. Por otra parte, María necesita urgentemente compartir intimidades con Isabel. Es muy conveniente que, como María e Isabel, quienes andamos los caminos del Señor, procuremos amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo (Sta. Teresa).

Y dijo María: Alaba mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador.

En Nazaret Dios le había hablado por boca del ángel. En casa de Zacarías, por boca de Isabel. Ahora ella, desbordada por el Espíritu, proclama asombrada y fascinada las maravillas que Dios realiza en ella y, a través de ella, con el mundo entero; lo ve y lo vive todo desde la perspectiva de Dios.

Las fiestas navideñas de este año van a ser especiales debido a la pandemia que sufrimos. Las celebraciones exteriores sufrirán mucho. Lo compensaremos haciendo que las celebraciones interiores sean especialmente fecundas. ¿Cómo? Cultivando el asombro ante la insuperable maravilla del bebé de María.

El Magnificat es el canto de liberación de los humildes. Es el cántico en el que María contempla la realidad con la mirada de Dios y la descubre sostenida por un misterio de Amor que derriba del trono a los poderosos y colma de bienes a los hambrientos. Un Dios que es parcial con los pobres ya que se identifica con ellos (Papa Francisco).

Mientras contemplamos a María proclamando su Magnificat, le pedimos nos ayude a penetrar en su corazón y en sus sentimientos. Le pedimos también que nos impulse a hacer de nuestra vida una prolongación de su Magnificat.

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