Y dijo María: Alaba mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador.
El saludo de María había llenado a Isabel de Espíritu Santo. Ahora, las palabras de Isabel llenan de Espíritu Santo a María que exulta de gozo y aclama a Dios con el Magnificat. Es el canto nuevo elaborado con palabras antiguas. Por la boca de María habla toda la humanidad: pasada, presente y futura.
María expresa primero con gran emoción la disparidad entre su pequeñez y la grandiosidad de Dios. Se ve a sí misma y a toda la humanidad inmersas en la avalancha del amor arrollador e incontenible de Dios. El Magnificat es un preludio a las palabras del ángel de Belén: No temáis. Mirad, os doy una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo (Lc 2, 10).
Su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
María es consciente de que lo que Dios hace con ella no es cosa privada. Ella se ve a sí misma como la humanidad sorprendida de amor, que celebra sus bodas con Dios. Es la humanidad pobre que canta su pascua de salvación.
A María le gustaba cantar con el corazón. Es cierto que el canto puede brotar del sentimiento; pero también es cierto que el sentimiento puede brotar del canto. María canta cuando lo siente y cuando no lo siente. Es su estilo de vida. Hacer de la vida un canto de alabanza no es cosa de buena voz o de buen oído, sino de buena fe. Que en todos resida el alma de María para glorificar al Señor. Que en todos esté el espíritu de María para alegrarse en Dios (San Ambrosio).
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