22/12/2025 Lunes 4º de Adviento (Lc 1, 46-56)
- Angel Santesteban

- hace 2 horas
- 2 Min. de lectura
María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.
El ángel Gabriel había dicho a María: Mira, también tu pariente Isabel ha concebido en su vejez. Y María acude en ayuda de Isabel. Se da prisa, además, porque el secreto que lleva dentro le pesa mucho; necesita compartirlo con Isabel. El Magnificat es fruto de ese encuentro. Es un canto de alegría, de alabanza, de agradecimiento.
Si el Padrenuestro es un retrato de Jesús, el Magnificat lo es de María. Retrato festivo y gozoso. Treinta años más tarde lo demostrará cuando, gracias a ella, los invitados a la boda disfruten de la fiesta. María es modelo de la alegría del discípulo que irradia la seguridad de quien se sabe salvado.
Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
María no se limita a expresar una experiencia personal; expresa su entusiasta convicción de que lo que Dios ha hecho con ella lo hace con todos. El Papa Pablo VI interpreta bien a María cuando dice: Esta vida mortal es un hecho bellísimo, un prodigio siempre original y conmovedor, un acontecimiento digno de ser cantado con alegría y gozo. Todo es don. En el fondo de la vida, en el fondo de la naturaleza y del universo se encuentra el niño de María; que es lo mismo que decir que en el fondo de todo está el amor.
Con santa María del Magnificat como telón de fondo, nos preguntamos: Al observar los acontecimientos del mundo, ¿nos dejamos atrapar por el pesimismo, o somos capaces, como María, de distinguir la obra de Dios que, a través de la pequeñez, realiza obras grandes? Pidamos a María una mirada capaz de vislumbrar el cielo en la tierra.
Comentarios