Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de Él, pues decían: Está fuera de sí.
Con frecuencia vemos a Jesús rodeado de una muchedumbre. Esto puede hacernos pensar que a Jesús le acompañaban el éxito y la popularidad. Nada más lejos de la realidad. Es cierto que muchos acudían a Él; pero venían y se iban. La muchedumbre, hoy hablaríamos de opinión pública, es como las hojas del otoño; van adonde las lleva el viento del momento: Jesús no se fiaba de ellos porque conocía a todos (Jn 2, 24). Sabemos cómo se comportó la muchedumbre el Viernes Santo.
Jesús no es popular entre los influencers de entonces; vive en constante conflicto con ellos. Tampoco es comprendido entre sus parientes. Y como el discípulo no es más que el maestro, no nos extrañemos de no ser aceptados entre los nuestros, parientes o hermanos de religión. San Juan de la Cruz tiene unas palabras ásperas para quienes llaman a las puertas de una comunidad religiosa: Entiende que no has venido al convento sino a que todos te labren y ejerciten. Unos te han de labrar de palabra, otros de obra, otros de pensamiento contra ti. Si esto no entiendes, no alcanzarás la santa paz ni te librarás de muchos tropiezos y males.
Sus parientes creen que Jesús ha perdido el juicio. No les falta razón. Jesús es un excéntrico; no vive centrado en sí mismo, ni permite que su vida sea guiada por el sentido común humano. Jesús, como el amor, tiene bastante de loco y es poco razonable. Como canta el poeta, en amor, locura es lo sensato. La sabiduría del amor es la de la cruz. Y esto, dice san Pablo, es locura para el mundo (1 Cor 1).
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