23/02/2022 San Policarpo (Mc 9, 38-40)
- Angel Santesteban
- 22 feb 2022
- 2 Min. de lectura
Juan le dijo: Maestro, vimos a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo porque no va con nosotros.
Juan, fervoroso discípulo, piensa que Jesús aprobará y alabará su celo, porque cree que la verdad y la salvación son monopolio de su grupo. Y se sorprende cuando Jesús no le aprueba. Entre cristianos poco familiarizados con el Evangelio, se dan actitudes sectarias de excluir a quienes no son o piensan como yo. Para ellos, el punto de referencia no es Jesús, sino el grupo. Necesitan entender que el centro de la vida del cristiano es el Señor y no el grupo. Solamente cuando lo entiendan podrán, como Juan, recostar la cabeza en el costado del Señor y gozar de verdadera intimidad.
Además, las actitudes excluyentes suelen ser un disfraz de la tentación de poder que nos acecha a todos. Es que nuestro egoísmo es tan sutil que es capaz de transformar incluso el servicio en instrumento de control y de poder.
No se lo impidáis. Aquel que haga un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí.
En otra ocasión, Jesús no dio permiso a Juan y su hermano Santiago para pedir fuego del cielo que arrasase la aldea que les negaba hospedaje. Jesús no acepta intolerancias; excepto la que debemos aplicarnos a nosotros mismos ante los males que brotan del interior.
La Iglesia de Jesús es más grande que la Iglesia institución llamada Católica. Los ojos de Jesús, y su corazón, y su salvación, abrazan todo el universo; abrazan a los seres humanos de todo lugar y de todo tiempo. Porque Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4).
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