Quien quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame.
Apenas comenzada la Cuaresma Jesús pone ante nosotros el horizonte de la Pascua: el de la resurrección que pasa por la cruz, el de la vida que pasa por la muerte. Desde ya, nos invita a seguirle por el camino hacia Jerusalén; camino muy exigente. La lógica de Jesús no es la nuestra. Según esa lógica, para ganar hay que perder. O, como diría Juan de la Cruz: Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada. Para venir del todo al todo, has de dejarte del todo en todo, y cuando lo vengas del todo a tener, has de tenerlo sin nada querer.
El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.
El Papa Francisco nos dice que debemos convertirnos no a un Dios abstracto, sino al Dios concreto que se hizo Cristo. El único camino seguro es seguir a Cristo crucificado, el escándalo de la cruz.
Niéguese a sí mismo. Juan de la Cruz, en una traducción muy libre, lo dice así: Pon los ojos solo en Él. A lo largo de nuestro caminar hacia Jerusalén, hemos de ir aprendiendo a centrar nuestro telescopio, o microscopio, no en nosotros mismos, sino en Él. Que nada mío, positivo o negativo, condicione mi vida. Que lo mío me importe poco. Que me importe solamente lo suyo. Que tampoco me afecte lo que puede aparecer a la vera del camino: Buscando mis amores, - iré por esos montes y riberas. – Ni cogeré las flores, - ni temeré las fieras. – Y pasaré los fuertes y fronteras (San Juan de la Cruz).
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