Cuando hayáis levantado a este Hombre, comprenderéis que Yo Soy y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como mi Padre me enseñó.
Está hablando a los fariseos en el templo de Jerusalén: Cuando hayáis levantado. Es decir, cuando me hayáis crucificado. Ese será el momento de la revelación suprema de la identidad de Dios, del Dios que es Amor. Por eso, para descubrir la identidad de Dios, del Dios que es Amor, del Dios que es Jesús, es necesario contemplar al Crucificado. Si en Belén son los pastores los primeros en glorificar a Dios después de ver al Niño del pesebre, ahora es el centurión romano quien glorifica a Dios viendo a Jesús en la cruz: Realmente este hombre era Hijo de Dios (Mc 15, 39).
Antes, hablando con Nicodemo, había dicho: Como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo de Hombre (Jn 3, 14). Más adelante, dirá a la gente: Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12, 32).
Comprenderéis que Yo Soy. YO SOY es el nombre que Dios se da a sí mismo desde la zarza ardiendo (Ex 3, 14). Aplicándose este nombre, Jesús se proclama como el Salvador hacia el que apuntan la fe y la esperanza de Israel. Contemplando al Crucificado comenzamos a comprenderle en su plenitud; comenzamos a comprender quién es y cómo es; comenzamos a comprender la inmensidad de su amor.
Si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados.
Como morían los israelitas picados por las serpientes del desierto; se libraban de la muerte mirando la serpiente de bronce. Así nosotros al poner los ojos en el Crucificado: Mirarán al que traspasaron (Jn 19, 37).