23/04/2021 Viernes 3º de Pascua (Jn 6, 52-59)
- Angel Santesteban
- 22 abr 2021
- 2 Min. de lectura
Esto dijo enseñando en la sinagoga de Cafarnaún.
Así concluye el discurso del Pan de Vida de este capítulo sexto de San Juan. No es el final del capítulo o del episodio; siguen la deserción de muchos discípulos y la confesión de Pedro. Con las palabras de hoy, el discurso de Jesús sobre del Pan de Vida llega a su punto culminante.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
Jesús da un giro imprevisto a sus palabras. Ha estado hablando de pan; ahora habla de carne y de sangre, en un lenguaje sorprendente y fuerte; inadmisible para muchos.
La Escritura habla de CARNE cuando quiere enfatizar la dimensión de fragilidad y pobreza de lo humano. La Palabra de Dios, el Verbo, la segunda persona de la Trinidad, sin dejar de ser Dios, se hizo CARNE (Jn 1, 14). Es decir, se hizo débil, limitado, pobre. Así que comer su carne significa asumir, hacer nuestro, este estilo de vida adoptado por Jesús: su humildad, su anonadamiento. Y beber su sangre significa hacer que la vida de Jesús, su Espíritu, anime nuestro espíritu como la sangre anima todos los rincones de nuestro cuerpo.
El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él.
Los cristianos que comulgamos frecuentemente corremos peligro de descorporalizar el cristianismo. Como corremos peligro de vivir más pendientes del futuro que del presente. Santa Teresa nos advierte: Es gran cosa, mientras vivimos y somos humanos, traerle humano. Para que esto sea realidad hay que ir al Jesús de la Eucaristía desde el Jesús de los Evangelios. Así es cómo, desde el Jesús de la Eucaristía, iremos al Jesús de los prójimos. O nos quedaremos con una Eucaristía vacía de significado.
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