Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció a María Magdalena, de la que había echado siete demonios.
Marcos es el Evangelista con menos escrúpulos para hablar de las carencias de los discípulos; especialmente de los más importantes. Evidentemente no están a la altura de lo que se espera de ellos. El día de la Resurrección Jesús escoge a una mujer de la que había echado siete demonios para anunciar la gran noticia a los discípulos. ¡Siete demonios! Significa que esa mujer había vivido alejada de Dios; como tantos otros entonces y ahora.
Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con Él, que estaban tristes y llorosos.
Habían abrigado fantásticos sueños. Se habían visto a sí mismos como colaboradores cercanos de Jesús, caudillo triunfal y victorioso. Pero todo saltó por los aires cuando le vieron muerto en la cruz. Tienen toda la razón para estar tristes y llorosos.
Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron.
No creyeron a María Magdalena. Tampoco a dos de ellos que iban caminando por el campo y dijeron que también ellos habían visto a Jesús. Hasta que Jesús se les aparece a todos cuando estaban a la mesa y les echa en cara su incredulidad.
Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación.
Jesús no encomendó la misión de proclamar el Evangelio al mundo entero a los mejores creyentes. A pesar de testigos tan incapaces, el Espíritu se encarga de que el mandato de Jesús se cumpla. Y nosotros, testigos actuales del Resucitado, llevamos a cabo esa tarea viviendo una vida luminosa, confiada y entregada.
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