Aquel mismo día, dos de ellos iban a una aldea llamada Emaús.
Antes o después, a todos nos toca hacer el camino de Emaús. Es un camino de dos etapas. En la primera dominan la decepción, la desilusión, el desaliento: caminaban con semblante afligido… ¡Nosotros esperábamos que él fuera el liberador de Israel! También nosotros esperábamos…: esperábamos que el ser cristiano fuese cosa más sencilla, la convivencia menos complicada; y que Dios no nos diese tan serios disgustos.
Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona los alcanzó y se puso a caminar con ellos.
Pero no le reconocieron. ¿Por qué? ¿No era el mismo Jesús con el mismo rostro y la misma voz? No le reconocieron porque es absurdo pensar que el desangrado en la cruz esté vivo. Le reconocerán cuando, sentados a la mesa, les parta el pan. Por el camino Jesús, sin prisas, les irá preparando para ese momento.
La segunda etapa del camino de Emaús es la de la rehabilitación. Jesús comienza atizándoles por su ignorancia de las Escrituras: ¡Qué necios y torpes para creer cuanto dijeron los profetas! Luego les explica lo que había sobre Él en todas las Escrituras. Es entonces cuando la llama apagada se enciende de nuevo en su corazón.
Tendríamos que tener todos claro que un auténtico cristiano, antes de poner los ojos en la Eucaristía debe poner los ojos en las Escrituras; en los Evangelios especialmente. No lo tenemos claro porque no nos lo enseñaron de pequeños. Pero el cristiano que no tiene las Escrituras como punto principal de referencia, vive un cristianismo deformado y desfigurado.
El Papa Francisco comenta: Los dos de Emaús primero le abren el corazón. Luego le escuchan explicar las Escrituras. Luego le invitan a su casa. Son tres pasos que también nosotros podemos dar: abrir el corazón a Jesús confiándole las dificultades de la vida. Luego, segundo paso, escuchar a Jesús, tomar el Evangelio en mano leyendo hoy mismo este pasaje. Finalmente, rezar a Jesús con las palabras de aquellos discípulos: Señor, quédate con nosotros.
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