Os expulsarán de la sinagoga. Llegará un tiempo en que quien os mate piense que está dando culto a Dios.
Cuando Juan escribe su Evangelio, los cristianos llevan décadas siendo perseguidos por los judíos. La persecución, de una u otra forma, es algo connatural a lo cristiano. Probablemente nosotros no conoceremos la excomunión o la persecución cruenta. Pero sí sabremos de rechazos y humillaciones provenientes de nuestro propio entorno. Y así tiene que ser, porque el discípulo no es más que su maestro.
Hoy nos horrorizamos recordando tiempos pasados en que los cristianos matábamos en nombre de Dios. Pero hoy seguimos haciéndolo; claro que de forma más civilizada y sutil. La epístola de Santiago dice: Observad cómo una chispa incendia todo un bosque. Pues la lengua es fuego… Con ella bendecimos al Señor y Padre, con ella maldecimos a los hombres creados a imagen de Dios (Sant 3, 1-12). Y san Pablo: No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen (Ef 4, 29).
También vosotros daréis testimonio, porque habéis estado conmigo desde el principio.
Es una sencilla invitación al martirio. En nuestro caso, el martirio que a veces supone la convivencia diaria. Ahí es, más que en ningún otro espacio, donde debemos dar testimonio del más auténtico discipulado. Sin caer en la tentación del victimismo, sin poner cara de mártires, sin pensar en nuestra indispensabilidad, sin rasgarnos el corazón ante las torpezas de cercanos o lejanos, sin comulgar con lo de cualquier tiempo pasado fue mejor.
Os he dicho esto para que no os escandalicéis…; para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho.
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