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23/09/2025 San Pío de Pietrelcina (Lc 8, 19-21)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 22 sept
  • 2 Min. de lectura

Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte.

 

Los parientes de Jesús, con excepción de su madre, no congenian con Él. En Marcos leemos: Fueron a hacerse cargo de Él, pues decían: Está fuera de sí (Mc 3, 21). Y en Juan: Es que ni siquiera sus hermanos creían en Él (Jn 7, 5). Jesús rompe moldes y resulta incómodo para los instalados en una vida estructurada. Los parientes de Jesús, con excepción de su madre, quedan fuera del círculo de sus seguidores. En cierta ocasión, respondiendo a la mujer que ha piropeado a su madre, Jesús dice: Dichosos, más bien, los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen (Lc 11, 28). Hoy responde a quienes le avisan de la presencia de sus parientes.

 

Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen.

 

Formar parte de la familia de Jesús no consiste en pertenecer a la institución llamada Iglesia Católica; consiste en escucharle. Escucha que entra por los oídos y por los ojos. Sobre todo por los ojos, con la lectura orante de la Palabra de Dios, especialmente la de los Evangelios. Porque, como escribe san Jerónimo: Comemos la carne y bebemos la sangre de Cristo en la Eucaristía, pero también en la lectura de las Escrituras.

No hay lazos más fuertes que los de la familia de Jesús. Son lazos de quienes no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, sino que nacieron de Dios (Jn 1, 13). Así es cómo el creyente se siente más cómodo entre quienes comparten su fe, que entre quienes comparten su sangre. Los dos tipos de familia pueden convivir bien; de no ser así, prevalece la de la fe.

 
 
 

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