Sin embargo no se perderá ni un cabello de vuestra cabeza.
Sin embargo. Nos ha dicho que nos echarán mano, que nos perseguirán, que hasta parientes y amigos nos traicionarán…, y, sin embargo, no debemos tener miedo porque ni un cabello cae sin su consentimiento. Lo había dicho en otra ocasión recurriendo a los gorriones: Dios no olvida a ninguno de ellos. Y vosotros valéis más que muchos gorriones (Lc 12, 7).
Probablemente ninguno de nosotros ha pasado por situaciones tan trágicas como las aquí descritas por Jesús. Pero seguro que todos hemos pasado por otras, quizá menos dramáticas pero no menos severas. Nos corresponde afrontarlas desde la fe. Las situaciones más penosas son ocasiones para dar testimonio. Porque si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame (Lc 9, 24).
Esto os sucederá para que deis testimonio.
Los discípulos estamos llamados a dar testimonio en toda circunstancia. Vivimos en un mundo a veces hostil, a veces indiferente a lo cristiano. Cada uno, desde la fe y la oración, debe discernir cómo ser testigo del Señor Jesús en su circunstancia. Ni echaremos nuestras perlas a los cerdos (Mt 7, 6) con palabras impertinentes, ni ocultaremos la fe ante la hostilidad del ambiente.
Seguramente ninguno de nosotros será declarado mártir. Pero tengamos claro que no hay cristianismo sin martirio (martirio es una palabra griega que significa testimonio). La fe, si auténtica, no pasa inadvertida; irradia ondas que son percibidas por las personas con sensibilidad, lo mismo que un buen perfume es percibido por personas con olfato.
La fe está supuesta a ser vivida como experiencia de salvación y de confianza: el Señor entra en mi existencia con su paz.
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