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23/12/2021 Jueves 4º de Adviento (Lc 1, 57-66)

Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz y tuvo un hijo.

La naturaleza tiene sus ritmos: en las cosechas, en la gestación de un nuevo ser vivo… Nos enseña a esperar. También la gracia tiene sus ritmos; para cada uno, el suyo. El ritmo de la evolución de Isabel se ha acelerado mucho durante su embarazo. Al concebir a Juan estuvo durante cinco meses recluida diciendo: Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre la gente. El qué dirán o la conciencia de su indignidad la encerraron en sí misma.

Pasados cinco meses, el Señor la sacó de su reclusión para abrirla a los demás. Un mes más tarde, cuando llega María, Isabel vive olvidada de sí misma y centrada en el Señor. Lo prodigioso y lo asombroso forman parte de su vida. Como también la alabanza y la gratitud.

A Isabel y Zacarías les toca romper moldes. No sin conflictos. Al clamor popular pidiendo para el niño el nombre de su padre, Isabel responde categórica: No; se ha de llamar Juan. Cuando Dios decide tomar las riendas de la vida no nos lleva por caminos trillados, sino por caminos novedosos. La gente de bien puede escandalizarse. Pero nosotros, como Zacarías, Isabel y María, confiamos y nos dejamos llevar; aunque no sepamos a ciencia cierta hacia dónde. Hemos atravesado el umbral de la gratuidad.

Pero para eso es necesario romper con vecinos, parientes, costumbres, historias pasadas. Entonces llega la liberación. Entonces se abren pulmones y bocas, y se sueltan las lenguas mudas; y rompemos a cantar. Como Zacarías, o como María.

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